25 may 2008

Sobre la Lucha Antiimperialista (I)

Siendo la fase imperialista del capitalismo el escenario donde se librará el choque definitivo entre explotadores y explotados, la forma como debe encararse se ubica en el epicentro del debate político al interior del Proletariado. Y no es que el desarrollo de la lucha de clases no haya permitido aquilatar experiencia suficiente para contar con una estrategia que exprese coherentemente los intereses históricos de clase obrera, sino que permanentemente elementos ajenos a ella pretenden desviarla de su cause revolucionario. Por ello, la confrontación de posiciones antagónicas y el esclareciendo de su real carácter de clase, hoy más que nunca, adquiere especial importancia.

En la actualidad, la lucha antiimperialista vuelve a ser tomada como estandarte por diversos grupos reformistas, los cuales, autoproclamándose “antisistemas” y hasta “revolucionarios”, con histriónico protagonismo han conseguido ganar la adhesión de un sector importante de las masas, sacando a flote viejos proyectos conciliadores que constituyen el fiel reflejo de los intereses de aquella burguesía nacional convencida que bajo su dirección es posible hallar alguna “solución” a la creciente crisis que amenaza colapsar el orden de explotación burgués.

La historia se escribe con letras de sangre y toca a quienes la observan comprender su dinámica para no tropezar con las mismas piedras del pasado. El peso de la evidencia demuestra que los frentes policlasistas de “liberación” nacional, una y otra vez, han traído nefastas consecuencias a la clase trabajadora, causando el desmoronamiento o degeneración de sus organizaciones y la encarnizada persecución de los auténticos cuadros revolucionarios. Por lo que jamás debemos olvidar la que constituye una de las lecciones más importantes que ha recibido el Proletariado; la necesidad de mantener su independencia política; que aplicada a la lucha antiimperialista no la distingue del choque frontal contra toda la burguesía sin importar su procedencia, vale decir, del orden capitalista mundial.

Por desgracia, luego de la Revolución Rusa de 1917, la línea política Bolchevique progresivamente fue abandonada y víctima de fatales tergiversaciones. Una de estas desviaciones es el stalinismo, que hasta nuestros días hace sentir su nefasta influencia en distintos grados y formas. Ya que no combatiendo decididamente al capitalismo, encontró terreno propicio para echar raíces en diversos espacios de la política burguesa.

LA HERENCIA STALINISTA
El pernicioso ideario político de J. Stalin constituye una de las más gruesas aberraciones que ha sufrido la teoría del Proletariado. Que desconociendo por completo sus logros más notables y básicos, produjo las tesis reaccionarias del “socialismo en un solo país” y la “revolución por etapas”. Las cuales hubiesen escandalizado, por decir lo menos, al mismísimo Marx.

Por si fuera poco, el stalinismo es uno de los principales responsables de la crisis de dirección revolucionaria que nos aqueja; y que la vanguardia proletaria internacional está llamada a encarar y corregir, barriendo con todo vestigio de lastre ideológico que obstaculice el desarrollo de la Revolución.

Durante mucho tiempo el stalinismo ha influenciado de forma determinante la marcha de millones de obreros alrededor del mundo, imponiéndoles programas que los conducían a verdaderos callejones sin salida, frustrando una y otra vez, sus expectativas revolucionarias. A la luz de la historia, este nefasto ideario no debería constituir materia de debate, lamentablemente su sombra aun persiste, manteniendo copadas muchas organizaciones obreras.

Socialismo en un solo país:
Stalin y su camarilla adoptaron esta línea política en el XIV Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética, en diciembre de 1925. Según la cual, en un país atrasado como la URSS lo más adecuado era desarrollar el socialismo al interior de sus fronteras, postergando en forma indeterminada la confrontación del orden económico mundial. Una clara negación al incontestable carácter internacionalista de la Revolución Proletaria.

Según Stalin, primero debían ser resueltas las contradicciones dentro del gran cuerpo soviético, para luego, no se sabía cuando, exportar la Revolución. Como era lógico, tal previsión jamás se cumplió; por el contrario, ésta política trajo como consecuencia la degeneración del Estado Soviético, su desmembramiento y finalmente la restauración del capitalismo.

Podría decirse, que por encima de la destrucción de la enorme posibilidad revolucionaria internacional abierta por el Octubre Bolchevique, lo más catastrófico fue que el aparato de control y propaganda del régimen stalinista dejó numerosos embriones diseminados, los cuales condujeron al despeñadero a los partidos comunistas alrededor del mundo. Además, contribuyó directamente en el surgimiento de Estados burocratizados, como los regímenes de Europa del Este, China, Corea, Vietnam, Cuba, entre otros. Reconocidos por algunos como Estados Obreros “deformados”, a razón que en ellos nunca existieron órganos sanos, reales y efectivos de poder obrero; sin embargo, es un error caracterizarlos como Estados Obreros (así sean deformados) debido a que no surgieron fruto de la acción revolucionaria del Proletariado, sino como engendros del stalinismo, el nacionalismo pequeño burgués y los ejércitos campesinos.

La política stalinista allí donde se aplicó ha traído consigo el aislamiento económico y el consiguiente empobrecimiento del pueblo. Mientras el brutal autoritarismo típico en estas formas de gobierno, además de los privilegios con que se reviste la casta burocrática y la ausencia de órganos de poder en manos de los trabajadores, condicionan el repudio de las masas. Si a esto sumamos la crisis de dirección revolucionaria, consecuencia de la propia acción represiva y degenerativa del stalinismo al interior de las organizaciones proletarias, tendremos como resultado que tarde o temprano se iniciará un proceso de restauración capitalista, cuya velocidad variará según las condiciones peculiares en cada país. Y mientras tanto, la burocracia no dudará en establecer las más diversas y repudiables alianzas para procurar preservar su posición.

Aquí tenemos otra lección histórica, que los Latinoamericanos constatan con la adhesión de la camarilla Castrista al proyecto reformista burgués de Hugo Chávez. Incluso el destino de la “Isla” parece ser intuido dentro de las propias filas reformistas: "Todos nosotros en América del Sur precisamos contribuir para que Cuba no vuelva a ser un casino…” Ha dicho Lula da Silva en febrero pasado. Finalmente, el futuro de la “Isla” después de Castro, dependerá de la capacidad que tenga la clase obrera cubana para llevar a cabo una genuina Revolución Socialista. Aunque muchos pronostican que sólo podemos esperar la aceleración de un inevitable proceso de restauración capitalista.

Demás está decir que Lenin, indiscutible internacionalista, jamás hubiese comulgado con la teoría reaccionaria del “socialismo en un solo país”. El líder bolchevique, había dejado sentado que la Revolución Rusa solo era el primer paso hacia la Revolución Mundial. De lo contrario, la primera no tenía oportunidad de sobrevivir al aislamiento económico. Precisamente esto sucedió con aquellas economías manejadas por regímenes burocráticos seudosocialistas, que inevitablemente terminaron siendo estranguladas por capital mundial.

“…Por ahora tropezamos con los obstáculos, los prejuicios y la ignorancia, que con cada hora que pasa van siendo relegados al pasado; pero cuanto más tiempo pasa, más nos vamos convirtiendo en los representantes y los defensores efectivos de ese 70% de la población del globo, de esa masa de trabajadores y explotados. Podemos decir con orgullo que en el I Congreso éramos, en el fondo, tan sólo unos propagandistas, que nos limitábamos a lanzar al Proletariado de todo el mundo unas ideas fundamentales, un llamamiento a la lucha, y preguntábamos: ¿dónde están los hombres capaces de seguir ese camino? Ahora tenemos en todas partes un Proletariado de vanguardia. En todas partes hay un ejército proletario, aunque en ocasiones esté mal organizado y exija una reorganización, y si nuestros camaradas internacionales nos ayudan ahora a organizar un ejército único, no habrá fallas que nos impidan realizar nuestra obra. Esa obra es la revolución proletaria mundial, es la creación de la República Soviética universal…” Informe sobre la situación internacional y las tareas fundamentales de la Internacional Comunista, 19 de julio de 1920.

La Revolución por etapas:
Otra “perla” del stalinismo es la “revolución por etapas”, la cual sostiene que el Socialismo necesariamente debe estar precedido por una etapa democrática de lucha antiimperialista. El etapismo establece un “punto de quiebre” donde se distinguen dos grandes posiciones irreconciliables. Por un lado, están los que creen que es el momento de construir un bloque policlasista en contra del Imperio; y por otro, los que defendemos la necesaria e irrenunciable independencia política del Proletariado para combatir efectivamente el dominio burgués.

Si bien la burguesía nacional tiene intereses encontrados con el Imperio, jamás será capaz de embestirlo con total energía, debido a que su existencia como clase se sostiene sobre la propiedad privada, así como la apropiación de la producción y el excedente fruto del trabajo obrero. Por lo tanto, para la burguesía nacional, la revolución social, más allá de lo que pueda expresar en discurso, resulta incluso más amenazante que el propio avance imperialista.

Falsificación Stalinista:
Las tesis etapistas siempre han pretendido colocarse como herederas del bolchevismo, y falsificando sistemáticamente sus postulados fundamentales, quieren pasar como adaptaciones fieles de la línea política leninista. Al respecto, es preciso aclarar que si bien es cierto, el camarada Lenin expresamente reconoció que la revolución que estaba por comenzar a principios del siglo XX en Rusia, tenía un carácter burgués; y de hecho el levantamiento de 1905 demostró que existían componentes progresistas dentro de la burguesía liberal; no podemos ignorar que en todo momento mantuvo una total desconfianza hacia la burguesía, por lo que colocaba como absolutamente necesaria la independencia política del Proletariado.

“La burguesía en su inmensa mayoría se volverá inevitablemente del lado de la contrarrevolución, del lado de la autocracia contra la revolución, contra el pueblo, en cuanto sean satisfechos sus intereses estrechos y egoístas (…) sólo el Proletariado es capaz de ir seguro hasta el fin, pues va mucho más allá de la revolución democrática. (…)” Dos tácticas de la social democracia en la revolución democrática – Lenin (1905)

Fue esta independencia la que hizo posible la Revolución Bolchevique doce años después, en octubre de 1917. Cuando las condiciones para que el Proletariado tomase el poder se hicieron presentes. Condiciones como estas, si no se supera la crisis de dirección revolucionaria, pasarán como oportunidades históricas perdidas, tal como sucediera en 2003 con el levantamiento proletario, campesino e indígena boliviano, donde las dirigencias traidoras y oportunistas convirtieron ésta preciosa oportunidad revolucionaria en una operación rescatista del régimen burgués. En este episodio histórico, a pesar que el Estado se encontraba seriamente fracturado, las dirigencias burocratizadas no encontraron mejor salida que colocar a Carlos Mesa como pieza de recambio para llenar el “vacío” dejado en octubre por Sánchez de Lozada, quien fuera expectorado por la acción heroica de las masas insurrectas. Nuevamente en Junio de 2005 las enardecidas masas bolivianas golpearon al Estado burgués llevando a Mesa Gisbert al extremo de la dimisión, quien no entonces no encontró mejor salida que dejar la posta en manos del Congreso para luego salir huyendo. En esta oportunidad, las dirigencias traidoras vuelven a “poner el hombro” para echar por tierra la rebelión popular, abandonando a sus bases allanaron el camino de la recomposición del ordenamiento burgués. Es en este escenario que el Presidente del Tribunal Supremo, Eduardo Rodríguez, asumió la Presidencia de la República, convocando a las elecciones donde el dirigente campesino Evo Morales cosecharía el fruto de la popularidad ganada en pasadas jornadas de lucha, tomando la batuta de un “rencauchado” Estado burgués. Los hechos son clarísimos, el Proletariado carente de independencia política inevitablemente se verá traicionado y abandonado a la deriva.

LA EXPERIENCIA CHINA, OTRA LECCIÓN HISTÓRICA.
Otra cara de la misma moneda constituye él planteamiento maoísta del “bloque de las cuatro clases”. El cual sostiene que en países con un capitalismo incipiente, el yugo imperialista debe ser combatido por un cuerpo policlasista, conformado por la burguesía nacional, el Proletariado, el campesinado y la pequeño burguesía urbana. Formando todas ellas un solo puño en contra del Imperio. Esta teoría hermana gemela del stalinismo, nuevamente vuelve sobre la conciliación de clases, atribuyéndole un supuesto impulso progresista a la burguesía nacional.

El maoísmo básicamente sostiene que la “democracia” burguesa y el socialismo pueden coexistir bajo la forma de una “nueva democracia” de construcción nacional, cuyo propósito principal sería conseguir la industrialización del país en manos de la burguesía nacional progresista y la concientización de la clase trabajadora a cargo del Estado en manos del Partido Comunista.

Mao afirma que necesariamente a la cabeza del “bloque antiimperialista” debía encontrarse el Proletariado, representado por el Partido Comunista, el cual conduciría por cauces revolucionarios el proceso de liberación nacional. Ignorando por completo que la burguesía nacional jamás estará dispuesta a renunciar a la propiedad privada de los medios de producción, nunca sacrificará sus intereses de clase, por ende es imposible llegar muy lejos manteniendo una relación simbiótica con ella, ya que su carácter reaccionario no tardará en manifestarse.

En su discurso “Sobre la táctica de lucha contra el imperialismo japonés” pronunciado 27 de diciembre de 1935 Mao Tse-tung sostiene: “…Una de las principales características políticas y económicas de un país semicolonial es la debilidad de su burguesía nacional. Precisamente por esa causa, el imperialismo se atreve a abusar de ella, y esto determina uno de los rasgos de la burguesía nacional: no le gusta el imperialismo…" Quince años antes, Lenin había esclarecido la misma cuestión en sentido bastante distinto "...la burguesía de los países oprimidos, pese a prestar su apoyo a los movimientos nacionales, lucha al mismo tiempo de acuerdo con la burguesía imperialista, es decir, del lado de ella, contra todos los movimientos revolucionarios y las clases revolucionarias…” Informe de la Comisión para los problemas nacional y colonial en el II Congreso de la Internacional Comunista, 26 de julio de 1920.

Durante la Revolución China ocurrida entre 1925 y 1927 la vanguardia obrera jugó un papel importante, pero luego de ser masacrada por las huestes reaccionarias, su capacidad de conducción de masas se vio fatalmente menguada. Así, en la Revolución del 49’ el Proletariado no desempeñó un papel político significativo, siendo llevada a cabo por un numeroso ejército campesino, el cual era movilizado principalmente por la redistribución de tierras que Mao hacía en los territorios ocupados.

El triunfo del ejército Maoísta no podía engendrar otra cosa que no fuese un régimen burocrático, carente de órganos políticos de poder en manos de los trabajadores. Con el correr del tiempo, como era de esperarse, al interior de la burocracia china se produjeron serias fracturas. En un lado, se encontraban aquellos cuyo estatus privilegiado dependía directamente de que se mantuviera un manejo económico planificado y centralizado (“la banda de los cuatro”, formada por la viuda de Mao, Jiang Qin y sus tres colaboradores: Zhang Chunqiao, Yao Wenyuan y Wang Hongwen). Y en el otro bando, con Deng Xiaoping a la cabeza, los que servían de instrumento a la reacción burguesa, que buscaba a toda costa restaurar el capitalismo en el más breve plazo. El resto es historia bien conocida, tras la muerte de Mao, el icono revolucionario dejó de ser un obstáculo, quedando el camino libre para la restauración capitalista.

CHÁVEZ Y CIA: LA “REVOLUCIÓN” DEL SIGLO XXI
En la fase final del capitalismo, tanto los países imperialistas como sus colonias y semicolonias, forman parte de un mismo orden económico mundial. Por lo que es absurdo pensar que la burguesía nacional será capaz de quebrar por completo el yugo imperialista y mucho menos crear las “condiciones” para la construcción del socialismo.

Al respecto Lenin nos dice: “Las gigantescas proporciones del capital financiero, concentrado en unas pocas manos, que ha creado una red extraordinariamente vasta y densa de relaciones y enlaces, que ha sometido no sólo a la masa de los capitalistas y empresarios medianos y pequeños, sino a los más insignificantes, por una parte, y la exacerbación, por otra, de la lucha con otros grupos nacionales de financieros por el reparto del mundo y por el dominio sobre otros países: todo esto provoca el paso en bloque de todas las clases poseyentes al lado del imperialismo…” El imperialismo, fase superior del capitalismo" V. I. (1916)

Contrastando la teoría Leninista con hechos recientes en la región, resulta bastante claro que si bien las burguesías nacionales pretenden contener el avance del gran capital internacional, lo hacen con el único propósito de evitar ser desplazadas, para luego comenzar a construir su propia “esfera de influencia”, su propio imperio regional.

Hoy vemos como el régimen chavista pugna por monopolizar el mercado energético en América del Sur, desplazando o absorbiendo a sus más cercanos competidores, como Bolivia en el caso del gas. Lo que Chávez denomina astutamente como el “anillo energético del sur” no es más que una expansión monopólica bajo clarísimos parámetros capitalistas. No se trata de ninguna manera, como el reformismo burgués pregona, de la lucha contra las transnacionales como parte del camino hacia el “socialismo del siglo XXI”.

La historia ha demostrado que el orden de explotación no se rompe ni se deteriora con la subida de la burguesía nacional al poder. Lo único que varía es la configuración del Estado burgués, cuya cúpula ambiciona ilusamente establecer una economía planificada y racional, pero tarde o temprano, sólo debe contentarse con ocupar un lugar influyente en la mesa de directorio de las denominadas empresas “mixtas”.

La crisis de dirección revolucionaria ha traído como consecuencia que un sector importante del Proletariado haya puesto su confianza en proyectos reformistas Sin embargo, ni todo el lodo de desprestigio que la reacción burguesa lanza sobre la teoría del Proletariado, ni sus políticas populistas asistencialistas cuando detentan el poder, sirven para nublar el instinto de los trabajadores, que claramente consiguen ver que sus condiciones de vida no han sido transformadas.

En Bolivia por ejemplo, la reciente “nacionalización” de los hidrocarburos, vía indemnizaciones, llega en un momento crítico para el gobierno y de ninguna manera debe tomarse como un avance real hacia la construcción del Socialismo. La política conciliacionista de Evo Morales descubierta en toda su dimensión, alimenta la rebelión popular que no tardará en tomar nuevos bríos y ajustar cuentas con quien prometió la transformación estructural de la sociedad y sólo ha instaurado algunas medidas estatistas, en un esfuerzo desesperado por “viabilizar” el capitalismo, cuya creciente crisis mundial es el preludio de su total y definitiva caída.

Similar situación experimenta la “revolución bolivariana” en Venezuela, donde los trabajadores en pie de lucha vienen siendo reprimidos con los viejos métodos y aparatos con que cuenta la burguesía. Tildándolos de “saboteadores, contrarevolucionarios y sirvientes del Imperio”, Chávez deja bien claro que los sindicatos independientes y las organizaciones obreras clasistas son incompatibles con su proyecto, más aun, el control obrero sobre la producción es inadmisible dentro del “socialismo” del siglo XXI.

Por lo tanto camaradas, mientras el “amplio” cuerpo de las autodenominadas “izquierdas” se alinea con el reformismo, toca a los revolucionarios zanjar claramente las diferencias y purgar nuestras filas. Desenmascarando ante las masas los oscuros intereses del reformismo burgués, los cuales no deben pasar desapercibidos ante sus ruidosas y oportunistas consignas antiimperialistas. Así mismo, urge luchar por la construcción de un Partido Revolucionario en cada país y una nueva Internacional Comunista que centralice al movimiento obrero del mundo, brindándole las directrices para enfrentar a la burguesía y marchar sin retrocesos ni vacilaciones hacia la Revolución Proletaria Mundial.

Carlos García

Mayo 2008

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